La enseñanza moral de la Iglesia Católica según Papa Francisco

[El original en ingles se encuentra aqui.]

Cuando estoy delante a una elección, ¿cómo decido si hacer una cosa u otra? Muchas veces ni siquiera pienso en eso y simplemente elijo una alternativa aleatoriamente o por costumbre, o podría simplemente aceptar lo que otros eligen. ¿Te gustaría un té o una infusión de frutas? No importa, me gustan los dos. Pero cuando las consecuencias de mis decisiones son obviamente serias, ¿cómo entiendo las alternativas y cuáles son los criterios que tengo en cuenta al tomar una decisión? ¿Estoy de acuerdo con el tratamiento médico que me ofrecen, cuando sé que involucra daño a otros? ¿Y qué hay de las elecciones que a primera vista parecen triviales pero que tienen consecuencias que cambian la vida de los demás? ¿Compro esta camisa o aquella? ¿Qué pasa si una está poniendo dinero en los bolsillos de los delincuentes detrás de la esclavitud moderna mientras que la otro proviene de una cadena de suministro con altos estándares éticos, proporcionando un salario justo a las comunidades locales en los países en via de desarrollo?

Las acciones que resultan de las decisiones sobre cada una de las preguntas anteriores, y las preguntas sobre hacer una cosa u otra en general, pueden evaluarse desde una variedad de perspectivas, una de las cuales también es si son morales, si son buenas o malas. En este contexto, me gustaría ver cuál es la enseñanza de la Iglesia Católica hoy, tal como la presenta Papa Francisco.

El Catecismo de la Iglesia Católica presenta la moralidad derivada de la libertad, donde “los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos”.[1] Por lo tanto, lo siguiente será un intento de resumir las enseñanzas del Papa Francisco sobre lo que constituye el bien contra el mal, cómo distinguir uno del otro, cómo vivir de una manera donde lo bueno se hace cada vez más presente en la vida y cómo ayudar a otros en su viaje hacia una vida cada vez más moral. Las fuentes de este resumen serán las encíclicas y exhortaciones apostólicas del Papa Francisco: Evangelii Gaudium (EG), Laudatio Si’ (LS), Amoris Lætitia (AL), Gaudete et Exsultate (GE), Christus Vivit (CV) y Querida Amazonia (QA).[2]

El punto de partida para Papa Francisco es el kerygma, el primer anuncio del Evangelio, que Jesús me ama, dio su vida por mí para salvarme y que vive a mi lado todos los días[3]. Tal amor de Dios nos invita a la reciprocidad, a discernir nuestro propio camino hacia él,[4] a reconocer a Dios en los demás y a luchar por su bien y el nuestro bien común,[5] lo que a su vez conduce a la “buena vida”[6] y a la alegría.[7] Es un amor que Dios se dirige a todos y que estamos llamados a compartir con todos,[8] sin excluir a nadie. “Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”.[9] Es un amor que va mucho más allá de un cuerpo de enseñanzas o un código moral y que culmina en el gran mensaje de salvación.[10]

El amor de Dios le da un valor intrínseco y primacía[11] a la persona humana (que es sagrada, inviolable y un fin en sí misma,[12] independientemente de si es pobre, no nacida o discapacitada[13]) y ubica su relación con Dios, y lallamada a amar a su prójimo, en el corazón de la enseñanza moral de la Iglesia. “Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”(Gal 5:14).[14]

La gratitud y la iniciativa del amor de Dios nos enmarcan, a nosotros y a toda la Creación, como un regalo,[15] que estamos invitados a aceptar y proteger. Yo (con mi vida y habilidades), y mis prójimos son un regalo, como lo es todo el mundo, que es nuestro hogar común.[16] Todo lo que hago y cada decisión que tomo (incluyendo cada compra que hago[17]) impacta el mundo y es un acto moral.[18] Directamente opuestos a esta realidad están el individualismo y el relativismo, que se derivan de una ilusión de poder absoluto y arbitrario sobre mí, mi cuerpo y toda la creación,[19] que incluso desafían el derecho inalienable a la vida de cada persona[20] y que conducen a la exclusión, desigualdad, abuso y dominación.[21] No debo volverme insensible a estos males de la injusticia. En cambio, estoy llamado a responder con indignación, como lo hizo Jesús,[22] y a vencerlos. No importa lo dañada, intrascendente, descartada o sin valor pueda parecer la vida de alguien, Dios está presente allí, esperando a ser encontrado por mí[23] y esperando que comparta su sufrimiento,[24] para trabajar por su avance y para traer justicia a ellos.[25] Estoy llamado a dialogar con todos, donde las diferencias son una fuente de enriquecimiento mutuo en lugar de muros o amenazas a mi propia identidad; El diálogo con personas diferentes a mí fortalece y enriquece mi propia identidad en lugar de amenazarla.[26] Necesitamos “consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia”.[27]

Todo está interconectado y forma una realidad única, donde el cuidado de nuestras propias vidas, nuestras relaciones, la naturaleza, la fraternidad, la justicia, la sexualidad, la familia, la sociedad, la política y la cultura son todos uno e indivisible.[28] Por lo tanto, las enseñanzas de Jesús no pueden reducirse a reglas y estructuras que sigan una lógica fría y dura, que acaban ser medios de dominación[29] y cuya transmisión oscurezca la gran experiencia de la vida cristiana,[30] que no rechaza nada de la bondad que ya existe en cualquier situación.[31] Tales reglas y estructuras esconderían una falsa creencia de que todo depende de nuestros propios poderes y terminarían complicando el Evangelio,[32] dejando poco espacio para la gracia y convirtiendo nuestra religión en servidumbre.[33]

Papa Francisco da el siguiente ejemplo del enfoque integral que está en el corazón de su enseñanza:

La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte.” (GE, 101)

En lugar de reglas y regulaciones, Jesús nos presenta dos caras: la del Padre y la de nuestro hermano, “o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos”.[34] El Evangelio, en cuyo corazón es la vida en comunidad y el compromiso con los demás,[35] lo resume en la regla de oro: “todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” (Mt 7:12), que es aplicarse en todos los casos, especialmente cuando se enfrentan juicios morales difíciles,[36] y que fundamentan todas las normas morales.[37] “Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y, sobre todo, nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35).”[38]

La moral sexual en particular a menudo conduce a “incomprensión y de alejamiento de la Iglesia”[39] y, si bien el sexo puede ser una base de exaltación indebida, obsesión, sumisión, explotación o violencia[40], es ante todo un “regalo maravilloso para sus criaturas”.[41] En lugar de ser un tabú, es un regalo, dado con el propósito de amar, construir una amistad conyugal, a cumplir (completar) el otro que es un regalo para mí[42] y generar vida[43]. “[T]toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto”.[44]

El trabajo es otro bien importante, ya que le da sentido a la vida en esta tierra, es un camino hacia el crecimiento, el desarrollo humano y la realización, un medio para ayudar a los pobres a los que hay que ayudar a encontrar el trabajo[45] y una forma de cooperar con Dios en la obra de la creación.[46] También está abierto al abuso en una gran variedad de formas, incluyendo “en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas por- que no ha sido formalizado”.[47]

La dimensión social de nuestras vidas tiene fuertes implicaciones morales, llamándonos a respetar el buen nombre de los demás[48] y a trabajar por el bien común, la paz social, la estabilidad y la seguridad, proporcionadas por una orden que incorpora justicia distributiva y evita la violencia.[49] “[L]la participación en la vida política es una obligación moral”[50] y el mantenimiento de instituciones creíbles, con representantes políticos libres de corrupción, es una necesidad básica.[51]

Nuestras conciencias juegan un papel clave en la vida moral, lo que nos permite discernir y actuar por invitación del Evangelio[52] y darnos cuenta de que “eso que captamos como bueno lo es también «para nosotros» aquí y ahora.”[53] La conciencia puede reconocer cuando una situación es incompatible con el Evangelio y, por lo tanto, es pecado,[54] cuál puede ser la respuesta más generosa de una persona a Dios en esa situación, dadas sus limitaciones, y que esto “es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo”.[55] Y nos lleva a una “conciencia serena de los propios dones y límites.”[56]

Es necesario formar las conciencias, que es el trabajo de toda una vida “en el que se aprende a nutrir los sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y las intenciones de su manera de obrar (cf. Flp 2,5)”.[57] Esto no debe equivaler a reemplazar las conciencias,[58] ya que “[s]e trata de reconocer al otro y de valorarlo “como otro”, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar”.[59]

La adhesión a la enseñanza moral de la Iglesia es siempre incompleta, pero lo que Dios espera de nosotros es hacer lo que podamos, pedir lo que no podemos, rezarle con humildad[60] y permanecer siempre abierto a un nuevo crecimiento y a nuevas elecciones que nos hacen avanzar hacia el ideal de perfección.[61] “[T]odos somos una compleja combinación de luces y de sombras. […El amor no tiene que ser] perfecto para valorarlo”.[62] Además, cuidar a quienes no adhieren a la enseñanza moral de la Iglesia es una expresión de caridad en lugar de una dilución de la fe.[63] Estamos llamados a hacernos “débiles con los débiles… todo para todos” (1 Cor 9:22)[64] y aceptar a la otra persona “también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía”.[65]

Papa Francisco da el siguiente ejemplo de tal potencial de crecimiento:

“Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público —y está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas— puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea posible.” Y lo contrasta concasos de “convivencia que excluyen totalmente cualquier intención de casarse”. (AL, 78)

La clave aquí es crecer desde donde uno está hacia una vida más plena del Evangelio,[66] un crecimiento que solo puede ocurrir “respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres”.[67] Cada uno de nosotros avanza gradualmente combinando los dones y las demandas de Dios[68] y necesitamos reconocer nuestras limitaciones, de lo contrario inhibimos la obra de la gracia dentro de nosotros y “no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento”.[69]

Papa Francisco da un ejemplo de esta actitud:

“[U]na señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica.” (GE, 16)

Debemos evitar juicios que no tengan en cuenta toda la complejidad de una situación,[70] recordando que la situación de cada persona ante Dios y su vida en gracia son misterios[71] y que “[nadie] puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio.”[72] “[…Y]a no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa”.[73]

Papa Francisco da un ejemplo aquí de

“[U]na segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas.” Y lo contrasta con “alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares.” (AL, 298)

El discernimiento es clave para identificar las formas posibles que tenemos para responder a Dios y crecer en medio de los límites. “Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agra- dable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades»”.[74]

La moral “no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores.”[75] y es reduccionista mirar solo si se “responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano”.[76] En lugar de centrarse en “detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio.”[77]

Estamos llamados a examinar nuestras vidas frente a Dios, sin dejar nada afuera. Siempre podemos crecer en todos los aspectos de nuestras vidas y ofrecer algo a Dios. Todo lo que necesitamos hacer es pedirle al Espíritu Santo que nos libere y darle acceso a todas las partes de nuestras vidas. “El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar”.[78] “Dios ama el gozo del ser humano”.[79] “El peor peligro sería alejarlos del encuentro con Cristo por presentarlo como un enemigo del gozo, o como alguien indiferente ante las búsquedas y las angustias humanas”.[80]

En resumen, creo que la enseñanza del Papa Francisco se basa en tres pilares: primero, que Dios nos ama a cada uno exactamente como somos, sin excepción, y que nos invita a cada uno de nosotros a una mayor cercanía con Él y, por lo tanto, con todos. Segundo, que la elección del bien está abierta a cada uno de nosotros en todo momento, sin importar los errores que hayamos cometido, y que Dios se deleita en cada paso que damos en su dirección. Tercero, que debemos ayudarnos mutuamente tanto para discernir lo que es bueno hacer como para luego hacerlo, mientras que el lugar donde se toman las decisiones morales es en la conciencia de cada persona, esa conciencia debe formarse y apoyarse en una comunidad que juntos viajan hacia Dios.


[1] Catequismo de la Iglesia Catolica, 1749.

[2] La encíclica Lumen Fidei no esta incluida ya que es con  Evangelii Gaudium que Papa Francisco delinea el marco de referencia de su pontificado y sus siguientes encíclicas y exhortaciones proceden de allí.

[3] Cf. EG, 164; QA 64.

[4] Cf. GE, 11.

[5] Cf. EG, 39.

[6] Cf. QA 71.

[7] Cf. GE, 110; QA 71, 80.

[8] Cf. EG, 15.

[9] Pablo VI, Exhortación Apostolica Gaudete in Domino (9 May 1975), 22: AAS 67 (1975), 297; EG, 3; Cf. EG 47; CV, 234.

[10] Cf. QA, 63.

[11] Cf EG, 55.

[12] Cf. EG, 213; AL, 56; GE, 101.

[13] Cf. LS, 117.

[14] Cf. EG, 161; AL, 306.

[15] Cf. AL, 56; AL, 310-311.

[16] Cf. LS, 155; GE, 55.

[17] Cf. LS, 206.

[18] Cf. LS, 208.

[19] Cf. LS, 162; LS, 155; AL, 34; CV, 82.

[20] Cf. AL, 83.

[21] Cf. EG, 53; LS, 123; CV, 98; QA 14.

[22] Cf. QA 15.

[23] Cf. GE, 42.

[24] Cf. GE, 76.

[25] Cf. QA, 75.

[26] Cf. QA, 37.

[27] GE, 55.

[28] Cf. LS, 70; LS, 6, QA 22.

[29] Cf. GE, 39; EG, 34-35.

[30] Cf. CV, 212.

[31] Cf. QA, 66.

[32] Cf. EG, 43.

[33] Cf. GE, 59.

[34] GE, 61.

[35] Cf EG, 177; GE, 127-128.

[36] Cf. GE, 80.

[37] Cf. EG, 179.

[38] AL, 110; Cf. GE, 117.

[39] CV, 81.

[40] Cf. AL, 156; AL 147; AL, 154; CV 81; CV 90; GE, 108.

[41] CV. 261; Cf. AL, 152.

[42] Cf. AL, 81.

[43] Cf. CV, 261; AL, 156.

[44] AL, 250.

[45] Cf. CV, 269.

[46] Cf. LS, 117.

[47] EG, 211.

[48] Cf. AL, 112; GE, 115.

[49] Cf. LS, 157; LS 133-134; GE, 25.

[50] EG, 220.

[51] QA, 24.

[52] Cf. AL, 37.

[53] AL, 265.

[54] Cf. Catequismo de la Iglesia Catolica, 1849.

[55] AL, 303.

[56] CV, 281-282.

[57] CV, 281.

[58] Cf. AL, 37.

[59] QA, 27.

[60] Cf. GE, 49; GE, 118-119.

[61] Cf. AL, 303; AL, 291.

[62] AL, 113.

[63] Cf. AL 243; AL, 307.

[64] Cf. EG, 45.

[65] AL, 92.

[66] Cf. EG, 160-161.

[67] AL, 134.

[68] Cf. AL, 295.

[69] GE, 50.

[70] Cf. AL, 296.

[71] Cf. EG, 172.

[72] AL, 297.

[73] AL, 301.

[74] AL, 305.

[75] EG, 39.

[76] AL, 304; Cf. AL, 308.

[77] EG, 168.

[78] GE, 175.

[79] AL, 149.

[80] QA, 80.

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